La frustración y la preocupación se escuchaban claramente en la voz de mi amiga Sara: “María Luisa, por favor, necesito que le des unas tutorías a Juan Pablo. Acaba de reprobar un examen de español”, Reprobar un examen de español, o de cualquier materia, nunca es una experiencia agradable. Pero lo es mucho menos para un hispanohablante de 13 años como Juan Pablo. ¿Cómo pudo, haber reprobado un examen de español un jovencito que habla la lengua en casa con su madre y sus abuelos en México en el verano y por teléfono y Skype desde los Estados Unidos? La respuesta no es sencilla: lo que parece un mero problema individual es el reflejo de un sistema educativo actual con una historia compleja: la educación bilingüe y la enseñanza del español en los Estados Unidos no se han diseñado para apoyar las necesidades y las fortalezas de la niñez y la juventud latina.
Cuando Sara me enseñó el examen, me di cuenta de que el supuesto fracaso de Juan Pablo no tenía que ver con su conocimiento de la lengua, sino con el formato del examen que confundió al chico. La prueba buscaba evaluar el conocimiento del tiempo futuro en los estudiantes. Para ello, se presentaba una lista de oraciones inconexas entre sí, aisladas de todo contexto para interpretarse con espacios vacíos que los chicos tenían que llenar con las formas verbales del “futuro simple del indicativo” o del “futuro perifrástico.” Juan Pablo leyó las instrucciones, pero no pudo asociar el nombre técnico con las formas específicas, por ejemplo, “limpiaré” y “voy a limpiar”, respectivamente. No obstante, como todo un hablante competente, llenó los blancos con formas verbales que correspondieron al significado de futuro, como puede ser el presente, por ejemplo, “Mañana limpio mi cuarto”.
Podemos considerar que la maestra (por cierto, hispanohablante también) enseñó con antelación la terminología del examen. Pero, aun así, ¿de qué sirve saber esta terminología en nuestra vida cotidiana como usuarios del español o de cualquier lengua? ¿Cuántos de estos términos invocamos a la hora de conversar, leer o escribir un texto? A no ser una análisis lingüístico o literario específico, los hablantes—incluyendo los lingüistas y los literatos—no usan ni piensan primero en el nombre técnico del tiempo verbal que requieren para formular y comunicar un mensaje.
La lengua, con todas sus posibilidades de significación y expresión, se aprende en las interacciones continuas y significativas con otros miembros de nuestras familias y comunidades. Desde luego la escuela también juega un papel fundamental para expandir el conocimiento y uso de las estructuras complejas de la lengua, no solo oral sino principalmente escrita. Es el intricado proceso de aprendizaje de la lecto-escritura lo que nos permite tomar distancia de la lengua: la podemos ver y analizar ahí, lejos, en el papel. Con esta distancia, tomamos conciencia de que la lengua que usamos está compuesta de elementos y formas lingüísticas las cuales pueden combinarse de distintas formas para crear múltiples significados sociales y culturales. La meta de la enseñanza/instrucción formal de una lengua, no es que el estudiante aprenda los nombres técnicos de los tiempos verbales, sino que aprenda cómo se elaboran diferentes tipos de discursos orales y textos escritos para participar activamente en su comunidad.
Lamentablemente, la formación profesional de muchos profesores de lengua, junto con la industria editorial de la enseñanza de lenguas extranjeras todavía se basan en la idea de que la puerta de entrada para aprender un idioma es el aprendizaje de reglas gramaticales y ejercicios de llenados de blancos. Esta pedagogía, además de ya estar cuestionada por décadas de investigación sobre las formas en que se adquieren las lenguas extranjeras presenta tres retos centrales para la juventud latina que quiere aprender español: primero, como expliqué, no refleja ni facilita el proceso de adquisición de una lengua en contextos sociales como el de la familia y la comunidad.
Segundo, transmite la idea de que la lengua tiene una sola forma “correcta” de usarse. Esta idea es peligrosa en tanto que lo “correcto” se empata a la selección limitada de reglas que, generalmente, se presenta en el libro de texto dejando de lado la diversidad de formas que se usan a lo largo y ancho del mucho hispanohablante y que son perfectamente correctas en distintas comunidades.
Por último, se olvida que el español no es una lengua extranjera en los Estados Unidos. Se ha hablado español en este territorio desde 1565 con el primer asentamiento de la Nueva España en San Agustín, Florida. Para jóvenes latinos como Juan Pablo, el español es su lengua materna y representa parte de su herencia e identidad cultural y familiar. Por eso, para él, reprobar el examen no fue trivial. A decir por su reacción de vergüenza, Juan Pablo recibió una dura herida a su autoestima e identidad como usuario del español.
La realidad de Juan Pablo como hispanohablante tampoco es insignificante: él es parte de los casi 60 millones de latinos—con origen en toda Latinoamérica y el Caribe—que viven hoy en los Estados Unidos y de los 41 millones de latinos que hablan español (13.4% de la población total). Se encuentra dentro de lo que los expertos en el campo del bilingüismo y la sociolingüística llaman “el continuum bilingüe” que refiere al rango de dominio del español e inglés—oral y escrito–que encontramos en las y los jóvenes latinos de hoy. A ambos extremos del continuum se encuentran los hablantes monolingües—por un lado, los jóvenes inmigrantes recién llegados de Latinoamérica y el Caribe, que saben español, pero todavía no inglés y, por otro, los jóvenes de origen latino ya nacidos en Estados Unidos que hablan en inglés, no usan español, aunque muchos lo entienden y se identifican en algunos aspectos con la cultura del país de origen de sus padres y abuelos.
Pero, según datos del Pew Research Center, más de la mitad de los niños latinos mayores de 5 años son bilingües en español e inglés, y usan ambas lenguas en sus vidas cotidianas en prácticas de translengua o translanguaging, término que se usa hoy para denominar lo que comúnmente, pero no siempre bien entendido, se conoce como “Spanglish.” El uso del español se mantiene incluso en hablantes de tercera generación. No obstante, a pesar de estos números contundentes de vitalidad de la lengua, el español es vulnerable a las presiones de la asimilación y generalmente termina por perderse ante la dominancia del inglés.
La investigación en el campo del mantenimiento y la revitalización de las lenguas ha mostrado que, si bien la familia juega un papel central en la trasmisión de este bien cultural, la escuela es fundamental para que las lenguas minoritarias se mantengan. Por desgracia, los programas de educación bilingüe en Estados Unidos y los programas de español para latinos no solo son escasos, sino que, en general, los profesores como la maestra de Juan Pablo, no siempre tienen los apoyos pedagógicos necesarios para fortalecer el conocimiento lingüístico de la niñez y juventud latina.
Hoy día, llegan a mis clases de español de nivel universitario estudiantes con raíces en los países latinoamericanos y el Caribe: mexicanos, colombianos, puertorriqueños, dominicanos, peruanos, méxico-cubanos, méxico-americano incluso he tenido una estudiante colombiana-alemana. Todos dentro del continuum bilingüe con diferentes niveles de español, y que reflejan las características de vocabulario y pronunciación de los dialectos que han aprendido de sus familias. El denominador común es la gran motivación por aprender más de la lengua y, sobre todo, por entender su propia identidad como hispanohablantes y miembros de la comunidad latina. Pero el otro denominador común es la internalización del mensaje de que “hablan mal” por “no saber gramática” y por usar translanguaging inglés-español. La inseguridad como usuarios del español y las dudas sobre su identidad son evidentes.
Ante esta realidad, el método que implemento en mis clases va entonces, más allá de la enseñanza de la terminología gramatical. Se requiere de un trabajo interdisciplinario que lleve a la comprensión de las múltiples dimensiones del español: la variedad y extensión geográfica de sus dialectos; su compleja historia proveniente del latín, enriquecida por 800 años de contacto con el árabe y por el encuentro con las lenguas amerindias; su papel como vehículo colonizador en las Américas; su estatus como la lengua minoritaria más hablada y estudiada en los Estados Unidos; y sobre todo, su porvenir que, según los expertos, se definirá en buena medida en este país ya que la comunidad hispanohablante latina es ya la segunda más grande del mundo después de la mexicana. También es absolutamente necesario incluir un marco de reflexión crítica que cuestione las fuentes detrás de los mensajes que desvalorizan el habla de las y los jóvenes latinos (la propia familia, los maestros, los medios de comunicación y las academias de la lengua). Un marco de enseñanza de la lengua interdisciplinario provee de múltiples oportunidades no solo de aprendizaje sino de uso de la lengua, con la meta central de fortalecer un sentido de multicompetencia y la integración de las identidades bilingües (a veces trilingües) y multiculturales de los estudiantes latinos.
“¡Ah! Pero entonces sí les enseñas gramática…” me interrumpió sorprendido un profesor de literatura española en medio de una presentación que yo daba a otros colegas sobre la pedagogía interdisciplinaria que uso en mis clases de español. La sorpresa vino de ejemplos que presenté de trabajos escritos de mis estudiantes donde se apreciaba su dominio gramatical y sofisticación textual. Descripciones, narraciones, poesía, reseñas, ensayos académicos de opinión (expositivos y argumentativos), crónicas, son géneros que trabajo en mis clases y que requieren de un conocimiento no solo gramatical sino conceptual, de investigación, de organización y de conexión afectiva.
Semestres tras semestre compruebo que los estudiantes saben más de lo que ellos mismos creen. Lo que necesitan es un espacio donde puedan compartir sus historias, expresar sus dudas, sus miedos, su conciencia, su orgullo y sus esperanzas con respecto a su identidad latina. El trabajo de la profesora no es minar su habla ni reprobar; es dar acceso a recursos lingüísticos que faciliten y enriquezcan el rango de expresión y comunicación de los jóvenes. Hay que explicar, modelar cómo funciona la lengua y sus diferentes registros en una variedad de contextos (informales, formales, personales, profesionales). Hay que enseñar las normas, sí, pero también hay que cuestionarlas y motivar a transgredirlas, a crear y a jugar (¿no es eso la poesía?) con todas las lenguas que usen los estudiantes: español, inglés, y su translanguaging.
Juan Pablo decidió tomar una clase más de español en la preparatoria. Enfrentó nuevamente frustración por la falta de formación del maestro que era sustituto sin ninguna base pedagógica ni mayor interés en los estudiantes. Ese fue su último intento por acercarse al estudio del español. Se perdió la oportunidad de interesar a un joven en su propia cultura, lengua y literatura. Sara sigue trabajando para llenar el vacío que las clases no solo llenaron, sino que crearon.
Si bien la juventud latina es el grupo minoritario más grande y de mayor crecimiento en el país, también es vulnerable a la pobreza, a la discriminación y la estigmatización, además de las amenazas de separación familiar. Los esfuerzos y el trabajo que estas y estos jóvenes hacen a nivel de primaria y secundaria para llegar a los salones de educación superior es monumental. El español y su cultura de origen, en cualquier cantidad que se tengan, son parte de un bien cultural esencial para la identidad y bienestar de estos jóvenes. Tienen el derecho de usar, conocer, disfrutar y educarse en el idioma de su familia.
Así, el siglo 21 nos presenta a los profesores de español un examen difícil: diseñar pedagogías y formas de evaluación que sean inclusivas de las necesidades y fortalezas de los niños y jóvenes latinos. Nos corresponde estudiar y colaborar para llenar los vacíos del presente con nuevas formas de enseñanza socialmente responsable y culturalmente sensibles para los años por venir. El futuro indica trabajo arduo quizá no siempre perfecto. Pero al menos habremos trabajado para dejar un futuro con una enseñanza del español más humana y significativa.
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